Bebimos, nos emborrachamos y reímos, reímos mucho. Allí íbamos, con nuestra propia visión de la realidad, si bien es cierto que se distorsionó algo entre trago y trago. Caminábamos entre risas y haciendo “eses”. Mientras tanto, conversaciones para intentar cambiar al mundo.
El maquillaje ya había perdido su color, ese color que brilla justo cuando te miras al espejo antes de salir de casa, y los zapatos de tacones decidimos dejarlos en el armario porque así no se puede recorrer la ciudad en busca de felicidad.
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